Probablemente la rosa haya sido la primera flor cultivada con fines ornamentales. Sus orígenes se pierden en el tiempo, y existen restos fósiles que confirman su presencia, hace ya millones de años, en Asia, Europa y América. Y fueron precisamente estas especies primitivas las que, con su evolución a través de los siglos, han dado como resultado las más de 300 especies hoy en todo el mundo.
Los primeros testimonios de su cultivo se remontan a los sumerios, es decir, a más de 5.000 años atrás. Los chinos, por su parte extraían de sus pétalos una esencia con la que elaboraban perfumes, y hasta no hace muchos siglos, los jardines de rosales de Irán representaban una maravilla floral.
Durante siglos, y antes de convertirse en símbolo del amor en sus múltiples facetas, la rosa ha sido un símbolo divino: los Egipcios la consagraron a Isis y la utilizaban en el culto a los muertos; griegos y romanos se la dedicaron respectivamente a Eros y a Cupido. Actualmente una rosa sin espinas es el emblema del escudo de armas de Inglaterra.
El cultivo de la rosa parece tener orígenes relativamente recientes, situados en Francia. En efecto se dice que fue Carlomagno el primero en invitar a la nobleza a promocionar el cultivo de esta flor en los jardines de villas y castillos. En aquella época, los monasterios asumieron la tarea de estudiar las características de las rosas, así como los procesos de de hibridación, con lo que contribuyeron de manera decisiva a la difusión de las especies europeas. Estas últimas fueron cruzadas con especies orientales (especialmente chinas) traídas de tan lejanas tierras por los caballeros cruzados, lo que permitió la creación de híbridos con la característica, hasta entonces de producir floraciones continuas desde la primavera hasta el otoño.
La pasión por esta espléndida flor experimentó un nuevo impulso en el renacimiento, si bien el espíritu que animaba a los amantes de las rosas de aquel entonces era, más que dedicarse a la catalogación de las diversas especies, disfrutar de agradables y originales jardines.
En el barroco asistimos a un declive en la difusión de los rosales en parques y jardines, que en aquel entonces
seguían la moda de las decoraciones vegetales geométricas. Más adelante, el romanticismo viene a dar nuevo impulso al arte de cultivar las rosas, que se convierten en uno de sus símbolos.
En el siglo XIX nacen los primeros jardines de rosales, o rosaledas, que constituyen autenticas colecciones. En ellos, las plantas no sólo se cultivan para recolectar las flores, sino sobre todo para las exposiciones. Es en este siglo cuando más se avanza en las técnicas de cultivo, mostrando su particular interés en la creación de híbridos.
En los últimos 150 años se han creado más de diez mil variedades, y en la actualidad se cultivan alrededor de tres mil, seleccionadas entre las más hermosas, las más perfumadas y las más adaptables a las diferentes exigencias climáticas y de utilización. Estas variedades son el fruto de continuos cruces en los que no siempre es posible (en ocasiones, ni siquiera los expertos lo consiguen) reconocer las especies originales. Linneo enumeró una docena de ellas en el hemisferio boreal: un siglo después, un estudio francés clasificaba trescientas variedades.
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